La comunicación es lo más importante que se debe cuidar en la familia. En todo momento de la vida padres e hijos guardan secretos que consideran muy íntimos y que no lo revelan por inseguridad, culpa o miedo.
Valeria, de 35 años, dice que tiene confianza total con su hijo Christofer, de 12. Pero no le ha contado que su padre tuvo conflictos legales por una relación sentimental fuera de casa. “Es algo por lo que él (el padre) se vergüenza y podría perder su autoridad moral”.
Estos temas y argumentos son frecuentes, explica Nicole Aray, psicóloga educativa y orientadora. Ella dice que las relaciones sentimentales y sexuales son el principal tema que esconden los padres y los hijos adolescentes.
Los progenitores también levantan barreras de privacidad sobre los problemas laborales, económicos, familiares y sus propios errores de la juventud. Tienen temor de no ser un buen ejemplo y que se utilicen esos fracasos para justificar otras malas conductas.
Matías le alerta siempre a su hijo sobre los peligros y problemas que pueden ocasionar el consumo de alcohol y drogas, pero no le ha contado que cuando tuvo 25 años perdió su empleo por llegar borracho a la oficina y provocar una pelea.
“No quiero que cuando lo regañe por llegar tarde y mareado, me responda que yo también hacía lo mismo”, comenta este cuencano de 39 años.
Los secretos se ocultan más a medida que los niños crecen y entran a la adolescencia, explica Aray. Esto también ocurre porque, por un lado hay el temor de que los hijos hablen de esos problemas fuera de casa y quieren proteger la imagen de la familia. Pero también los padres quieren verse como el mejor ejemplo para sus hijos, como personas íntegras y seguras.
En el caso de los hijos, los secretos que callan tienen que ver con quién se relacionan, qué hacen cuando salen de casa, qué páginas ven en las redes sociales, qué guardan en sus teléfonos, peleas entre buenos amigos, con quiénes se comunican, qué consumen y las malas calificaciones.
Por otro lado, los adolescentes viven una etapa de cambios en su cuerpo y en la forma de pensar. Les afecta cómo actúan sus padres con ellos, “porque se les imponen responsabilidades que no siempre son de su agrado”, dice Aray.
Según la psicóloga, en el caso de los jóvenes, sus silencios son para no mentir a los padres. “Los adultos no solemos ser empáticos con ellos y tampoco nos ponemos en su piel. Hay vergüenza y temor a ser ridiculizados y juzgados”.
Tanto padres como hijos pueden detectar la desconfianza del otro frente a lo que esconden y eso provoca conflictos, dice la psicóloga clínica Lisseth Mora. “Las generaciones anteriores ocultaban más porque había mayor miedo y respeto al progenitor”.
Para Aray, la buena comunicación debe fomentarse desde la edad temprana y no deben existir secretos en el núcleo familiar; estos a la larga lastiman y puede ocasionar resentimiento entre padres e hijos. “Hay que ser empáticos frente a los problemas del otro”.
Cuando son niños hay que buscar el momento y las palabras para contar los errores que tuvieron y eso puede evitar que sus hijos, en la adolescencia y adultez, cometan las mismas faltas. Por ejemplo, hablarle de cómo se priorizan los gastos en crisis económicas.
Aray explica que en la adolescencia se alcanza la madurez cerebral y los chicos entienden mejor las situaciones. Por eso, es importante dialogar siempre, fomentar la reflexión, hacer preguntas, escucharse y evitar emitir opiniones cerradas del hijo.
Mora coincide en que siempre hay que hablar de nosotros, involucrando a padres e hijos, de lo que pasó y cómo fue la propia adolescencia. “Cuando eso ocurre se gana la confianza y los hijos también buscan los espacios para hablar con los padres de los temas que están viviendo”, explica Mora.