El cabello de Verónica Enríquez entra en contacto con el piso cuando ella logra ponerse al revés. Estar así es el objetivo de la postura del murciélago, una de las que se practican en el yoga aéreo.
Está en un salón del primer piso de un edificio de la av. República de El Salvador, en el norte de Quito. Afuera llueve, a pesar de que es mayo, pero no importa porque adentro el ambiente es cálido.
La temperatura sirve para despabilarse. Enríquez debe elevar las piernas y dejar abajo la cabeza. Anquilosada por el frío, no podría hacerlo con la facilidad que lo consigue. No lo hace en la nada. Está sentada en un columpio de tela apto para esta variante del yoga, que se practica sin mantener contacto con el suelo. Parece sencillo por el soporte que se usa, pero para un principiante no lo es. Por eso hay nivel cero, uno y dos.
Enríquez, de 34 años, está en el inicial. Lleva cinco meses de práctica. Cuenta que le dio una oportunidad al aeroyoga porque, a pesar de ser fanática del ciclismo se sentía algo rígida y tras las primeras clases adquirió más flexibilidad.
Su instructora es Pamela Galarza, una diseñadora de interiores de 42 años, que se apasionó por el yoga aéreo en 2009 y que se certificó en Argentina para dar clases.
Son las 18:00 de un martes y Galarza llega después que sus alumnas. El aguacero afectó al tránsito y retrasó su viaje, pero en cinco minutos alistó todo: música relajante, inciensos y luz.
Estudiantes y profesora empiezan con el calentamiento. En un día normal, le siguen técnicas de respiración, pero esta vez van al grano, al desarrollo de las posturas que son la esencia de esa disciplina. A la postura del murciélago le siguen las del león, escorpión, diamante y otras acrobacias.
No hay peligro de caídas, porque el columpio está bien atornillado al techo y resiste hasta 400 libras.
Galarza probó los beneficios del aeroyoga cuando buscaba combatir el estrés. Le funcionó y quiso compartir su experiencia. La práctica también fue una herramienta clave tras una cirugía y una radioterapia por un cáncer de mamas.
Con las directrices de Galarza, Enríquez se mueve sobre el columpio para hacer el resto de posturas que le permitirán cumplir con la clase. Es un gran esfuerzo.
Además del dispositivo de balance, lo que diferencia al aeroyoga del yoga tradicional es que permite realizar estiramientos más profundos y requiere más intensidad, pero el trabajo mental para llegar a un estado de relajación es el mismo.
Moverse así requiere equilibrio, fuerza y concentración. “Llegas con muchas cosas en la cabeza, pero como debes enfocarte en el momento, las olvidas y te relajas. Además cultivas la confianza en el cuerpo”, dice Enríquez.
Galarza lo confirma. Quienes van a sus clases buscan un mejor estado físico y emocional. En el plano corporal -explica- el aeroyoga mejora la circulación, la postura y ayuda al sistema linfático. En la parte mental, ayuda a gestionar las emociones. “Es como un ‘detox’ completo”, asegura.
Luego de una hora de clase (en la que todos vuelan), llega la parte de relajación, es la favorita de Enríquez. Estira la tela del columpio y se deja envolver como si estuviera en una hamaca. Cierra los ojos y la instructora le coloca un cuarzo rosado en la frente. Es el momento en que se asimila el trabajo de toda la clase, explica Galarza.
Un ‘detox’ virtual
El viernes de esa misma semana, Ángel Martín Córdova se alista también para dar clases de aeroyoga. Son las 06:00 y hace unos minutos encendió la computadora, porque se conectará con su alumna de forma virtual.
Tiene el columpio en su casa en Tumbaco. Lleva 5 años como instructor. Empezó de forma presencial, pero llegó la pandemia. Su alumna también tiene su propio columpio y sigue la clase a través de la pantalla.
Empiezan con el calentamiento. Minutos después están sobre el columpio. Córdova extiende brazos y piernas. Inhala, se estira y exhala. Cierra los ojos cuando toma aire y los abre cuando lo suelta. Hace todo con ritmo. Parece que nadara en el aire. Su alumna repite al detalle.
Al inicio de la virtualidad no fue así. El reto era lograr una conexión con los estudiantes que permita el proceso de sanación que busca el aeroyoga. Con la práctica se pudo. Ahora sumó la modalidad digital a su oferta de clases.
Luego de envolverse, desenvolverse, pararse, sentarse y más en las telas, finaliza la clase. Agradece y cierra la transmisión. Se siente como nuevo. “Es darse un regalo a uno mismo”, dice.