Que el Yachay no funciona. Que la hidroeléctrica de Quijos no vale. Que las ciudades del milenio están abandonadas y son un desperdicio. Que se repartían coimas allá, acá y acullá. Que la refinería de Esmeraldas fue un botín. Que la del Pacífico, un timo que acabó con El Aromo. Que los contratos petroleros estaban chuecos. ¿Por qué callaron?
Callaron aquellos empresarios y emprendedores que aceptaron pagar porcentajes a cambio de hacerse de contratos. Callaron funcionarios honestos que se hicieron de la vista gorda frente a las trapacerías de sus jefes. Callaron empresarios que encontraron en el Estado una mina de oro capaz de contratarles pagando muchísimo más de lo que costaban sus servicios.
También calló mucha gente de la prensa, que andaba ocupada en registrar minuto a minuto las sabatinas y en poner micrófono a las declaraciones del entonces mandatario y tener titulares toda la semana, que en investigar sobre las obras mal hechas o sobre los problemas y demandas de la ciudadanía. La agenda de prensa la marcó el poder y no la ciudadanía. La agenda de prensa siguió el guión del Estado de Propaganda que colocó al Ecuador por los cielos, en un país imaginado, construido a punta de mentiras dichas mil veces, el país de “All You need is Ecuador”, el del “cambio de la matriz productiva”, el que “erradicó la pobreza”.
Algunos callaron por miedo. Y otros, por comodidad pues siempre es más fácil transcribir un discurso o un boletín de prensa, que ir a dónde las papas queman, recoger las voces de la gente, investigar los jugosos contratos, hacerse de pruebas, investigar, caminar, recorrer el país.
Y callaron, tristemente, muchos artistas e intelectuales, temerosos de no acceder a fondos concursables, convertidos, algunos, en bufones de Palacio, esperando que les caiga alguna migaja desde el Estado para financiar sus proyectos personales. Calló también la academia, celosa de perder los recursos estatales. Algunos callaron a pesar de que, al menos de oídas, sabían que no todo estaba funcionando como pintaba la propaganda.
Muchas voces callaron. Unas por miedo. Otras por intereses particulares. Hay quienes callaron por temor a perder el cargo. Otros, por temor a represalias. Y otros, por tener rabo de paja. Pero callaron. Callaron y el silencio es cómplice.
En este último año, el del destape, se evidencian los problemas, las corruptelas, las obras mal hechas, los sobreprecios, las coimas y los repartos, las mismas instituciones y gentes que estuvieron calladas diez años en algo que se parece mucho al ajuste de cuentas.
El silencio es muestra de que algo no va bien. El silencio conduce a la indiferencia. El silencio condenó injustamente a quienes se atrevieron a hablar. ¿Por qué callaron?