Banco Territorial, a inicios del siglo XX. En Guayaquil se asentaban los bancos fuertes. Foto: archivo nacional de fotografía, archivo histórico del guayas
Era el año 1895. El 5 de junio se había proclamado en Guayaquil la jefatura suprema de Eloy Alfaro, líder del liberalismo radical. En julio y agosto Alfaro avanzaba desde la Costa al interior, para imponer la transformación liberal en todo el país. El Gobierno conservador de Quito se aprestaba a sofocar la insurrección.
Alfaro propuso al general Sarasti, jefe del Ejército gubernamental, que trataran de “suavizar” los rigores de la guerra. Sarasti contestó que no podía declinar sus obligaciones y añadió, seguro de su victoria: “No dudo será del ejército que va a combatir por sus hogares, en una comarca invadida por agresores, a quienes no han inferido el menor agravio los pacíficos, pero valerosos habitantes de la Sierra”.
Al ser calificado de “invasor”, Alfaro respondió rechazando el “provincialismo intruso” de su adversario y dijo que su causa era la de la honra nacional y no podía ser considerada “mas bien costeña que interiorana”. Don Eloy reivindicaba la Revolución Liberal como un hecho de alcance nacional. Así lo fue; pero no cabe duda de que, como todas las grandes transformaciones del país, esta tuvo una fuerte dimensión regional.
Desde fines de la Colonia se había consolidado una organización económica y política regionalizada. Quito, Guayaquil y Cuenca fueron ejes regionales que coexistieron en medio de conflictos y acuerdos. La Sierra Centro Norte y la Sierra Sur, dominadas por el latifundismo tradicional, eran predominantemente conservadoras. La Costa, vinculada al comercio internacional, era el centro de la agitación liberal.
Foto: archivo nacional de fotografía, archivo histórico del guayas
En el siglo XIX, las insurrecciones tuvieron base regional. En 1845, Guayaquil fue centro de la reacción antifloreana que, triunfante, cambió el tricolor colombiano por la bandera de Guayaquil como símbolo nacional. En 1860, el poder quiteño, con Gabriel García Moreno a la cabeza, tomó Guayaquil, impuso un nuevo régimen y volvió a adoptar el tricolor. En 1876, la revuelta y la guerra civil vinieron de Guayaquil. Quito fue derrotada y ocupada. En 1895 se repitió el enfrentamiento con sus tensiones regionales.
La Revolución Liberal fue consecuencia de la lucha social y política, de la modernización de la economía y la sociedad ecuatorianas, de cambios internacionales y de la realidad regionalizada del Ecuador. Pero, a su vez, tuvo efectos en la estructura de las regiones y su relación. El poder regional se desplazó de la Sierra a la Costa.
Con la “transformación” del 95, la dirección política pasó a la alianza liderada por la burguesía comercial y bancaria de Guayaquil, que articuló al latifundismo y al campesinado costeños, a artesanos y grupos medios. El poder se desplazó a la Costa, en especial a Guayaquil, pero el régimen liberal buscó alianzas en la Sierra con sectores terratenientes, medios e intelectuales radicales.
Un gran triunfo fue la construcción del ferrocarril Guayaquil-Quito, que unió a las dos regiones del país y, con el tiempo, logró intensificar el comercio interregional. Aunque nunca fue rentable, el ferrocarril fue un elemento articulador de la nación.
Hay otros rasgos regionales de la Revolución. Por ejemplo, la elevación de los ingresos públicos por impuestos a las importaciones, trajo un gran crecimiento del servicio público tanto en la Sierra como en la Costa. Este hecho, sumado al desarrollo del telégrafo en el territorio, acentuó el control desde la capital de los puntos más alejados del país.
La Revolución Liberal trajo asimismo una acelerada modernización del país. En el Estado laico, como en el resto del mundo, la modernización estatal se entendía como centralización. Entre 1895-1912 se centralizaron con fuerza y rapidez el Estado y la sociedad. El más entusiasta en promover este operativo fue don Eloy Alfaro, el presidente más centralista de nuestra historia.
El bicentralismo económico y político
Al desplazar del poder central al latifundismo tradicional y trasladarlo a la burguesía y sus aliados, la Revolución Liberal centralizó el poder económico en Guayaquil. Pero, al desarrollar el aparato burocrático estatal, robusteció a Quito como capital. Ambas ciudades ganaron y se consolidó el ‘bicentralismo’ económico y político que caracterizó al país durante el siglo XX.
Quito se consolidó como la “capital política” desde donde se dirigía la administración pública. Guayaquil, en cambio, fue la “capital económica”. Ahí se asentaban los bancos más poderosos, los monopolistas de la emisión y los acreedores del Fisco, y la Aduana, la oficina pública más grande del país.
El régimen liberal impulsó la secularización de la beneficencia; pero lo hizo con una diferenciación regional. Impulsó a la Junta de Beneficencia de Guayaquil, que era ‘municipal’, pero en la práctica, privada. En la Sierra creó la Asistencia Pública, como institución estatal con los bienes eclesiásticos estatizados.
Los gobiernos alfaristas promovieron el desarrollo de las organizaciones de trabajadores, que se multiplicaron, también con sesgo regional. En la Costa se alinearon con el liberalismo. En la Sierra apuntalaron la reacción conservadora clerical.
En el siglo XIX, el Ejército fue predominantemente serrano, pero la mayoría de sus efectivos estaba asentada en la Costa, para controlar la agitación liberal. Luego del 95, muchos radicales y montoneros se incorporaron al Ejército, que desde entonces se identificó como liberal. Su distribución regional varió. Se hizo necesario establecer guarniciones en las capitales serranas, para prevenir la reacción conservadora. La mayoría de la oficialidad y la tropa siguió siendo serrana.
La regionalización
La transformación liberal tuvo impacto en la regionalización, no solo concebida como oposición entre grandes ciudades (Guayaquil vs. Quito) y sus áreas de influencia, sino como consolidación de regiones dentro del espacio nacional. Ya desde las luchas montoneras, el comportamiento político de Manabí y Esmeraldas se fue moldeando. Se gestó allí una tradición contestataria e insurgente, que se mantuvo hasta el siglo XX.
Con el triunfo de la Revolución en 1895 y la consagración de Alfaro como figura nacional, Manabí logró un referente identitario que se mantiene hasta hoy. Manabí no es solo una provincia, sino también una región con raíces, estructura económica, cultura y comida características. Y la figura de don Eloy viene a ser uno de sus rasgos más visibles.
La Revolución que se inició el 95 profundizó el enfrentamiento liberal-conservador y puso las bases para el surgimiento de los modernos partidos políticos en la década de los veinte. Por años, el Partido Liberal predominó en la Costa y el Conservador, en la Sierra. Fue el rasgo más visible de la política ecuatoriana hasta la segunda mitad del siglo XX, que concluyó dejando a nuestro país regionalizado, pobre y convulsionado, pero unido como proyecto nacional.
*Historiador, ensayista; profesor de la Universidad Andina Simón Bolívar.