El verbo trabajar nunca termina

En un café de Quito y con una taza de café en la mano, José Unda se da un descanso de su trabajo de artista. Para él, el trabajo en el arte no se puede medir según el tiempo. Foto: Armando Prado/ EL COMERCIO

En un café de Quito y con una taza de café en la mano, José Unda se da un descanso de su trabajo de artista. Para él, el trabajo en el arte no se puede medir según el tiempo. Foto: Armando Prado/ EL COMERCIO

En un café de Quito y con una taza de café en la mano, José Unda se da un descanso de su trabajo de artista. Para él, el trabajo en el arte no se puede medir según el tiempo. Foto: Armando Prado/ EL COMERCIO

José Unda es uno de los artistas más importantes del país. Como muchos, tuvo que compartir su pasión con otras actividades para sobrevivir. Ahora trabaja incansablemente para generar su obra.

La idea de trabajo y la productividad en el arte o la literatura se opone a la idea que tiene la industria y el sistema capitalista. De eso se dio cuenta el escritor Hermann Hesse cuando elogiaba el ocio. Pero para él era “el arte de ocio”. Y tal fue su pasión por esta idea que lo reflexionó en un ensayo que subtituló como “un tratado de higiene artística”.

La visión que tiene la sociedad del artista va de la mano del pensamiento industrial: no hacen nada productivo. Pero lo hacen igual, porque otra cosa no les queda. Es el caso del artista José Unda, quien trabaja febrilmente en sus cuadras y sus momentos de ocio también lo encuentran trabajando.

La palabra trabajo, ¿qué le significa a usted?
Trabajar en hebreo quiere decir esclavo. Todos somos esclavos de un trabajo. ¿Qué trabajo hacemos? Esa es la gran diferencia. Yo tengo el privilegio de ser artista/creador y he incursionado en otras áreas para sobrevivir. Pero el trabajo que realmente amo es de esa gran esclavista: el arte.

¿Se puede tener amor por una esclavitud?

En este caso sí. Yo amo ser esclavo de lo que hago. Soy amo de mí mismo.

¿Se considera un trabajador incansable?
Un poco de todo. Pero me doy espacio para descansar y eso es entrar en un vacío. Cuando llego al vacío otra vez está germinando algo. Uno nunca está descansando realmente.

El ocio tiene sentido, entonces...
En mi caso sí porque es como una regeneración.
Herman Hesse decía que el ocio creativo era algo necesario frente al mundo industrial...
Las aguas del mar siempre están trabajando, pero hay un momento en que están calmas. Eso no quiere decir que está inerte, sino que está generando.

¿Cuántas horas trabaja?

Las que me dé la gana. Yo vivo en un taller. Me levanto, tomo un café y trabajo. Luego descanso, salgo a disipar un rato y vuelvo al trabajo. Y luego otra vez. Este verbo, trabajar, nunca termina.
Convengamos que la sociedad no cree que el arte sea un trabajo, que el artista no trabaja...
Es un membrete que viene de gente que no entiende al ser humano en general. Yo no puedo ser productivo ante una sociedad con objetos que no sirven. La sociedad quiere objetos inservibles y a eso le llaman producción. Yo no produzco. Yo creo lo no necesario, nada más.

El arte como una necesidad...

Claro. La pregunta es quiénes son los creadores… Son los que están en búsqueda constante, como los científicos y los filósofos que deben tener algo de esquizofrenia lúcida. La producción que vemos de estas personas son asombrosas y admirables. Einstein con su fórmula famosa o Nietzsche que rompe todos los esquemas. Me pregunto de dónde viene eso y me respondo que de una mente esquizofrénica pero lúcida.

¿Esquizofrenia lúcida?
Hay que indagarlo. Hay que ver la obra de Nietzsche. Es casi inexplicable porque ellos mismos no lo pueden explicar.
Se ha dicho tanto eso del 90% de transpiración y 10% de inspiración.
No recuerdo quién dijo que la inspiración llega después de 24 horas de haber trabajado. La inspiración es otro de los mitos. Lo curioso es que siempre se trata de una dama. ¿Por qué no es un caballero? Es algo imaginario.

¿La inspiración no puede ser ese estado en que la obra sale como se la ha estado pensando?
Es un estado anímico que te impulsa a crear. De repente te llega. Puede ser ahora o más tarde. O simplemente ya pasó. Pero es el estado anímico el que te catapulta. Las herramientas deben estar listas. Cuando viene este estado, lo ejecutas nada más. Solamente hay que estar predispuesto. Tampoco hay campo para postergar. No puedo decir voy a trabajarlo mañana; hay que trabajarlo ahora. Mañana no existe. Quién sabe si llega. Tienes que trabajar ahora o no lo haces.

¿Y cuando le llega el momento de ocio?
A veces leo, escucho música, dibujo…

¿Dibujar no es trabajo?
Es parte de mi ocio. Es desenredar un rollo que tengo y que sale. Es como una terapia secundaria.

Pero todo esto que hace en el ocio está vinculado con su trabajo
Obviamente...

O sea que no deja de trabajar...
La vida no tiene cortes. Es un hilo perenne que está fluctuando. No hay un corte. Todo lo que haces es generativo.

Su taller está repleto de cuadros. O sea que podemos decir que es un ‘workaholic’?

Sí, sí. Yo tengo una producción. No te digo cuántos, pero es una buena cantidad. Y la gente llega al taller. A veces sale sin nada. Yo no pinto para vender; yo vendo lo que pinto. Esto ya lo dijo Picasso. Yo tengo mucha obra que está dispuesta, pero no ha sido con ese afán de vender.

Usted usa la palabra producción, trabajo… Pero de lo que conocemos del mundo, el trabajo deriva casi siempre en una transacción…

Eso no me quita el sueño. Yo vivo muy frugal. Lo básico para mí es tener prioridades, que son mi techo, mis materiales de arte, un poco de ropa. Soy ‘busero’, no tengo carro, aunque trabajé una época como mecánico.

Usted ha hecho de todo y eso es lo dramático: los artistas tienen que trabajar para luego, al llegar a casa, trabajar en su obra…

Yo viví 22 años en Canadá trabajando, produciendo lo que la sociedad quería. Era productivo, porque eran objetos que servían a la sociedad. Mi arte, como es inservible, no es un objeto de consumo. Es un objeto de lujo. En el mundo, cabe decir capitalista, se mide por el producto que sea servible, pero son, como sabemos, inservibles. Todo lo que quieren es consumir. Cuando viene una propuesta creativa no le ponen mucha atención porque es un producto que desconocen.

Es el mercado...
Claro. El mundo del arte tiene que pagarse a sí mismo. Vivimos estas contradicciones entre hacer o no hacer.

Por eso el cine tiene su plus porque es también una industria…

El cine tiene otra visión en el mundo creativo porque tiene el privilegio de abarcar todas las artes. Está dispuesto para todo el mundo.

Ahora se habla de industrias culturales.
Se acuñan términos. Siempre las ha habido, como los mecenas del Renacimiento… Es según los tiempos.

Si hay industrias culturales, hay productos culturales que suponen la existencia de un consumidor…
Ahí estamos hablando del fetiche. El arte es un gran fetiche, pero tiene otra categoría; a veces son valoradas y a veces impagables. Pero es por el manoseo moderno del marketing que nos lleva al fetichismo. Estas son las contradicciones.

El trabajo es un término que da el derecho a vivir...
Y tienes derecho a vivir de tu trabajo, de lo que produces. Me pasa que cuando vendo un cuadro, la gente regatea. Cuando esta misma persona va a un patio de carros, no negocia. Y quizá le den una llanta de repuesto extra. Pero cuando van al arte, no. Eso es molestoso. Ese carro en 20 años se volvió chatarra. La obra que compró se puede revaluar.

El trabajo se mide mucho por el tiempo, ¿existe el tiempo en el arte?
No. El tiempo según las filosofías orientales es diferente a las occidentales. En Oriente el tiempo no existe; es el eterno hoy. Para el occidente hay tres fases. ¿De qué tiempo hablamos? ¿Es tu tiempo personal o el tiempo que está convencionalmente desde afuera?

Vuelvo a la pregunta inicial. La palabra trabajo, qué le dice: ¿una condena bíblica, una condición humana, un sometimiento al sistema o algo que “dignifica”?
Para mí el trabajo en el arte es una gran terapia, donde tengo que exorcizar mis demonios a través de mi obra. Nada más.

José Unda
Nació en Quito en 1948. Realizó sus estudios en la Escuela de Bellas Artes, de Quito, y en el New School of Arts, en Toronto.

Formó parte de uno de los grandes grupos de artistas plásticos que conoció el país en la década de los 60: ‘Los cuatro mosqueteros’, junto a Ramiro Jácome, Washington Iza y Nelson Roman. Ahora trabaja y vive en su taller de Tumbaco.

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