El corazón del Imbabura se abre al turismo

Una vez al año se realiza un ascenso a la cima del volcán Imbabura. El último congregó a 350 personas, en marzo.

Una vez al año se realiza un ascenso a la cima del volcán Imbabura. El último congregó a 350 personas, en marzo.

Una vez al año se realiza un ascenso a la cima del volcán Imbabura. El último congregó a 350 personas, en marzo. Foto: Cortesía Jonhatan Figueroa (Arcana Producciones)

La Compañía es una comunidad centenaria donde habitan, en su mayoría, pobladores kichwas de Otavalo. Ahora impulsa una propuesta turística para dar a conocer nuevas opciones a los viajeros nacionales y extranjeros.

La aventura comienza en el taller de tejidos de hilo de Manuel Morales. El hábil artesano, de 54 años, muestra a los turistas las técnicas ancestrales de tejido. Para ello, utiliza un telar manual de madera, parecido a los que trajeron los conquistadores europeos. Y, otro, de cintura llamado callua, propio de América.

Urku Rumi, hijo de Morales, relata la información. A pesar de sus 12 años es diestro en la confección de manillas, fajas y cintas multicolores. En el taller, decorado con murales étnico, hay 11 telares de madera.

El recorrido continúa por un sendero que escala hasta la cima del Imbabura, considerada la montaña sagrada de los indígenas locales. El sitio permite una vista privilegiada del legendario lago San Pablo.

El paseo dura aproximadamente tres horas, calcula Fabián Castañeda, presidente del proyecto Caminata Taita Imbabura. El recorrido total del sendero es de 3 kilómetros. La idea es que los turistas conozcan estos atractivos naturales y a la vez las leyendas y tradiciones kichwas.

Una de ellas es el relato de cómo se formó una hondonada en forma de corazón que adorna una de las paredes del coloso. Durante el ascenso, los guías locales explican puntos geográficos, a lo largo del estrecho camino, que llevan nombres como Santa Isabelita, Manuel Mesías Imbabura y una pequeña laguna conocida como Imbacocha.

Los excursionistas como Daniel Pérez disfrutan también de la flora local. Junto a los pajonales hay arbustos de frutos silvestres como mortiño, mora y gualicones. Pero, con un poco de suerte se puede avistar conejos, lobos, gavilanes, cóndores....

Como una estrategia para masificar los ascensos al ‘taita’ Imbabura, desde el año pasado, se impulsa una caminata.
La última se realizó en marzo pasado y, según los organizadores, participaron 350 personas. Junto a la laguna se realizó un ritual indígena de saludo y permiso al Imbabura.

Eso llamó la atención de Kevin Hidalgo, otro de los participantes. “No conocía que en ese sitio estaba Imbacocha. El trayecto es complicado pero es una experiencia agradable”.

La Compañía está habitada por 7 000 personas. Hay agricultores, artesanos, albañiles, obreros... algunos se trasladan a otros sitios para trabajar. Luz María Quilumba, de 45 años, borda con hilos y cintas blusas para mujeres indígenas. Cada 15 días, la artesana viaja a Riobamba para entregar sus trabajos en varios almacenes.

Comenta que tiene como proyecto instalar un local en su comunidad, para que los visitantes puedan conocer su trabajo. Por ello, junto con sus vecinos impulsan las actividades turísticas en la zona.

Castañeda explica que a futuro van habilitar un pequeño muelle en las orillas del lago San Pablo, para que los turistas puedan disfrutar de paseos en bote y deportes acuáticos. El sitio seleccionado está ubicado cerca a un lugar considerado sagrado por los kichwas.

Para los aventureros que logran cumplir todo el recorrido, los comuneros de La Compañía les piden que lleven consigo paz y sabiduría y que no se olviden del corazón del Imbabura.

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