El Odin Teatret estuvo en Quito a mediados de noviembre ahora está en Loja presentando tres piezas de la compañía. Foto: Armando Prado/ EL COMERCIO.
Entrevista a Eugenio Barba. Barba es el creador del concepto de antropología teatral. En 1964 fundó, en Dinamarca, la compañía Odin Teatret, una de las más influyentes de las últimas décadas en Europa.
Odin Teatret tiene más de 70 obras montadas, ¿por qué decidieron presentar en Quito ‘Las grandes ciudades de la luna’ y la ‘Alfombra voladora’?
Para nosotros estas obras representan la exploración del dinamismo cuando una persona está simplemente sentada o cuando toda la dramaticidad se concentra en la inmovilidad. También porque son piezas que permiten a los actores entablar una relación más íntima con los espectadores.
‘Las grandes ciudades de la luna’, al igual que muchas de sus obras hablan sobre las cicatrices que dejan las guerras.
De las guerras y del desarraigo, de lo que pasa cuando una persona es obligada a dejar su país o a vivir una emigración interior. La presencia de estos motivos son consecuencia de lo que pasó durante mi infancia. Después de la Segunda Guerra Mundial quedé huérfano. Creo que las diferentes etapas de mi vida podrían ser contadas a partir de una guerra.
¿La xenofobia y el regreso de los nacionalismos están entre los motivos de las guerras de las últimas etapas?
En este momento en Europa pasa algo que no había vivido en mis más de ochenta años. Es como que ya no se reconoce todo lo que caracterizaba a nuestra cultura: la apertura, la democracia y el iluminismo.
¿Por qué Odin Teatret se conectó tanto con los grupos de la región?
En Latinoamérica el verdadero teatro inició con los grupos. Odin y los grupos de la región tienen en común el trabajo autodidacta. Por eso cuando nos encontramos nos convertimos en hermanos de sangre. La longevidad del Odin se debe, en gran medida, a los lazos de amistad y complicidad que encontramos con esos grupos. Ahora, por ejemplo llegamos a Quito gracias a la amistad con Wilson Pico.
Ese trabajo grupal que caracterizó al teatro de décadas pasadas ahora es una excepción
Las generaciones pasadas estaban convencidas de que el teatro podía ser un medio para transformarse a sí mismo y a la sociedad. En medio de un contexto de países llenos de dictaduras, el teatro se convirtió en la única forma de contracultura. Había una mística. Uno quería estar en un grupo para demostrar que se podía vivir bajo otros principios. Cuando pienso en grupos como Yuyachkani, de Perú, La Candelaria, de Colombia o Malayerba de Ecuador me imagino la lucha y el esfuerzo de renovación interior que han tenido que hacer para seguir existiendo.
¿Cómo ve al teatro en la actualidad?
Ahora se crean proyectos donde todo sucede muy rápido. Hay circunstancias económicas, culturales y políticas que han influido para que se dé esta realidad. Hablar de teatro no tiene sentido porque el marco donde era posible distinguirlo y comprenderlo ha explotado. Ahora hay que hablar de teatros que se caracterizan por la mixtura entre la tecnología y otras disciplinas artísticas. Para mí que todo sea considerado teatro es una tragedia.
En este contexto, ¿qué papel juega la antropología teatral?
La antropología teatral se centra en estudiar cómo el actor se vuelve eficaz frente al espectador. Que un actor sea eficaz significa que pueda retener la atención del espectador a través de una serie de recursos físicos y psíquicos internos.
Eso se complica en una sociedad que siempre está distraída
Sí y por eso es importante que el actor trabaje para tener en sus manos la atención y la evolución mental y asociativa de las personas. Cualquier persona que desee ser actor tiene que pensar diferente a como se piensa en la vida cotidiana.
¿Qué lo impulsó a venir por segundo año consecutivo al Festival de Loja?
El año pasado me sorprendió ver la reacción de los lojanos. Ver las familias caminando por las calles y llenar los teatros. El festival se sumó a una tradición que comenzó en 1978 con el encuentro de teatro de grupo en Ayacucho, Perú.