El desencanto puede ser un motor

Francisco Carrión goza de una vista privilegiada del norte de Quito desde su oficina, en la cual trabaja en sus investigaciones académicas y también en consultorías. Foto: Patricio Terán/ EL COMERCIO

Francisco Carrión goza de una vista privilegiada del norte de Quito desde su oficina, en la cual trabaja en sus investigaciones académicas y también en consultorías. Foto: Patricio Terán/ EL COMERCIO

Francisco Carrión goza de una vista privilegiada del norte de Quito desde su oficina, en la cual trabaja en sus investigaciones académicas y también en consultorías. Foto: Patricio Terán/ EL COMERCIO

iguzman@elcomercio.com

Francisco Carrión se ha quedado encantado con el arte de Sara Baras, la coreógrafa y bailaora de flamenco gaditana a cuyo espectáculo asistió hace un mes en Madrid. Tal es su fascinación que tiene el programa de mano -con la foto de la artista- pegado en un corcho en su oficina. Y en medio de nuestra conversación sobre el desencanto se levanta y me pide que haga lo mismo para que la vea. Está encantado, definitivamente.

¿Habría que agradecer el desencanto porque significa que finalmente estamos viendo las cosas como son?
Primero quizás habría que definir lo que cada uno entiende por desencanto.

A ver, entonces defínalo.

El desencanto es una especie de desilusión, el incumplimiento de lo que fue una ilusión. Y en esa medida puede tener dos connotaciones. La una que es la de estimularte para superar ese desencanto; la otra sería dejarte aplastar por ese desencanto o desilusión.

¿Dice que uno puede actuar de dos formas distintas frente al desencanto?
Exacto. La una sería hacerle frente a ese desafío que te produjo un desencanto. Y la otra sería dejarte dominar por eso.

¿En cualquier encantamiento opera el artificio, hay algo que no es totalmente real?
Por supuesto. Pero una ilusión puede ser una cosa muy concreta; uno puede ilusionarse con un plato de comida, que sé yo, uno puede ilusionarse con subir a una montaña…

Con un proyecto político.
Sin duda. Y entonces el hecho de que eso no se alcance produce el desencanto.

Ahora sí, volvamos a la primera pregunta: ¿habría que agradecer los momentos de desencanto?
Sin duda. De alguna manera, paradójicamente, podría tener un impacto positivo, en la medida en que eso que no lograste te impulsa para nuevamente para intentar cumplir con esa ilusión que tenías.

Pero ya sin el artificio.
Claro. Escribir un libro, por ejemplo, implica una ilusión, Y si por una u otra razón no lo logras se produce el desencanto.

O se logra y es horrible.

Un ejemplo como este del libro, no diría que fácilmente, pero sí te puede aplastar.

Siendo aguafiestas, ¿con qué cosas o en qué ámbitos sería mejor no encantarse?
Yo no encontraría campos, espacios, en los cuales no debes encantarte. Yo creo que debes ilusionarte, por usar el sinónimo, en todos los campos de tu vida. Por eso te decía al comienzo que puede haber ilusión en cosas muy simples como en cosas mucho más complejas. Tú te puedes ilusionar en la política para encontrar una salida a una situación sumamente compleja, como es la que estamos viviendo ahora, por ejemplo. Y debes hacerlo.

¿Usted cree?
Sí, debes ilusionarte.

¿La ilusión no nos nubla el entendimiento?
Puede ser, sí, pero, precisamente, el desafío está en no dejarse nublar sino ser pragmático. Yo soy muy pragmático.

¿Es decir que usted ve al encantamiento como una especie de motor?
Si tú no tienes ilusión de conseguir algo, en los más diversos campos, pues la vida pierde su encanto.

¿Por qué seguimos desencantándonos de la política si ya sabemos cómo es?
Bueno, es que eso está en la naturaleza humana: nunca habrá la perfección. Y más aún en los ámbitos sociales, políticos, económicos. Entonces, definitivamente, tienes que seguir a pesar de lo que tú misma dices de la política…

¿Que siempre será fuente de desencanto?
Sí y a pesar de eso debes seguir. Es más, ahí hay un factor fundamental que es la edad. En un joven encuentras una ilusión por cambiar el mundo. Y yo también soy así, yo quiero seguir intentando cambiar el mundo. Sé que no voy a poder, y nadie va a poder. Pero creo que hay que tener siempre esa ilusión y en el camino vas a ir encontrado desencantos. Eso es indudable, inevitable.

¿Gracias a la experiencia vamos perdiendo fe?
No, no fe. Pierdes quizás fuerza o energía o eres más pragmático porque conoces cuáles son los obstáculos que se te han ido planteando. Tú en la universidad tenías una ilusión de cambiar el mundo mucho más intensa; a mí esa ilusión me llevaba a las calles a tirar piedras, como corresponde. Pasan los años y, yo al menos, no he perdido esa ilusión, pero me doy cuenta de que salir a la calle a tirar piedras no consigue nada. Solo en la medida en que has evolucionado y has logrado una mayor capacidad de influencia sobre la sociedad vas a lograr algo; más vale una columna (de opinión) en el periódico que tirar una piedra en la calle.

¿Cómo podríamos estar mejor preparados para vivir el desencanto?
Yo no creo que hay que preparase, sino vivirlo. Si vas preparada a vivir un desencanto no tiene sentido que incurras en la búsqueda de una ilusión.

¿Podría pensar en culturas o filosofías de vida en las que no se viva o no se dramatice el desencanto?
Sí. Son aquellas personas que han sido capaces de ir superando los desencantos.

¿En quién está pensando?
Más diría yo en personas de origen asiático, que tienen una filosofía de vida distinta, en la que el valor de la vida y la muerte es diferente. La valoración del tiempo es distinta; y te llevo a un ejemplo concreto: en una negociación comercial, si entras con países del Asia, ellos miden el tiempo con muchísima más lentitud…

¿Paciencia?
Paciencia, sí. Hay esa expresión que no sé a quién corresponde que dice “vamos lento, porque estamos de prisa”. Muchas veces personas de esas culturas logran alcanzar lo que se proponen y en esa medida no hay desencanto, que podría estar presente como en el caso de nosotros que somos más ansiosos, más urgidos; queremos tener resultados rápido.

¿Cree que individualmente es importante que pasemos por la experiencia del desencanto?
Sí.

¿Por qué?
Porque en algunos casos ese desencanto podría ser fruto de un fracaso, y los fracasos te enseñan mucho. Si todo fuera lo contrario de un desencanto aprenderías poco. Y entonces perderías la capacidad de lucha que es fundamental en la vida. El momento en que vas consiguiendo todo lo que te propones, eso te… (se queda pensando).

¿Acomoda?
Te iba a decir como que te aburguesas, porque todo funciona bien, todo lo consigues. Y la vida no es eso, ¿no?

¿Cuál es el hecho internacional que más lo ha desencantado los últimos años?
En general te diría que la guerra; la guerra como extensión de la política.

¿Es decir que usted tenía la ilusión de que habíamos llegado a un punto en el que iban a cesar las guerras?
Lo que te puedo decir, más de la experiencia mía, es que va en el sentido inverso. El logro de la paz con el Perú fue todo lo contrario de un desencanto. Fue penoso, fue duro para el Ecuador, porque implicó reconocer una realidad: que no teníamos lo que pensábamos tener en términos territoriales. Pero ahí no hubo un desencanto en mi caso personal, y yo sentí más bien que esa ilusión se hizo realidad.

¿Y cuál es el hecho nacional que más le ha desencantado en el último tiempo?
Si tomamos el último tiempo desde el siglo XXI, me parece que es haber desaprovechado estos 17 años para hacer un lanzamiento del Ecuador, cuando había la oportunidad de hacerlo: un liderazgo fuerte, una filosofía política que inicialmente creo que era positiva para hacer visibles a los sectores marginales. Yo sí pensé que podía lograrse, en la medida en que eran políticos nuevos, que al comienzo se identificaban con lo que yo pensaba. De pronto, hemos terminado en un total desencanto del incumplimiento de esa ilusión que se sembró (al final, cuando ya estamos hablando de otra cosa se acuerda del Yasuní, porque formó parte del primer equipo negociador del fideicomiso para dejar el petróleo bajo tierra y dice: “Ahí tienes, ese sí fue uno de los desencantos de mi vida”).

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