Que la izquierda tiene encanto, no hay duda. Que es la opción en la que algunos intelectuales se ubican con más comodidad, también es verdad. Que sus postulados obran como catecismo, es un hecho incuestionable, a tal punto que lo que alguna vez fueron ideas, se han transformado, tiempo hace, en dogmas que no se pueden discutir, porque son verdades escritas en la lápida de la historia.
Sin embargo…más allá del encanto que suscita aquello de “ser de izquierda”, la fascinación encubre más de un drama histórico: de izquierda fue el régimen de Stalin, aunque oportunamente se haya renegado de semejante personaje. De izquierda fue el sistema que construyó los gulags y que hizo la reforma agraria a costa de la vida y libertad de millones de campesinos rusos. De izquierda fue Castro, el viejísimo y eterno “libertador” de América Latina. Se confesaron de izquierda los militantes de Sendero Luminoso; de izquierda son las FARC y los elenos colombianos. Claro que también es de izquierda Mujica, el uruguayo. De izquierda se dijo el coronel Chávez y se dice Maduro, y es de izquierda la dinastía de Ortega en Nicaragua.
Endiosar sin reservas a la izquierda, como síntesis de ética y bondad, tiene sus implicaciones. Como lo tiene endiosar, o satanizar, a las derechas identificándolas siempre con el fascismo, porque hay derechas y derechas. Uno de los riesgos de la simplificación es que conduce a la miopía; borra los matices que tiene todo lo humano; induce a abdicar del debate y a elevar una doctrina política a la condición de irrefutable revelación divina. Esto es un error porque los hechos demuestran que incluso los postulados de Marx no son irrefutables ni son el resultado de las leyes de la historia. Los hechos prueban que bajo los ideales “justicieros” de Lenin y de los demás, se cometieron crímenes enormes, al estilo de los del Nacional Socialismo. Claro que los dictadores emparentados con la revolución contaron con la complicidad de algunos notables personajes, como Sartre, que se dedicaron a justificar las barbaridades de aquellos déspotas.
La derecha también tuvo esa clase de oficiantes, algunos de la talla de Carl Schmidt, el ideólogo de la legalidad nazi, ahora extrañamente de moda entre algunas izquierdas que avalan el socialismo del siglo XXI.
Meter las ideas en el estrecho molde de las consignas y alentar prejuicios a título de ciencia, induce al fanatismo, a la renuncia de la crítica, al endiosamiento de los dictadores. ¿No es ese al caso del régimen de Maduro? Esto es problemático si se admite que el valor fundamental de la persona es la libertad.
Si, al contrario, la libertad no se considera como un tema vinculado con la dignidad humana, y si es prescindible en función del ejercicio de la política, pues no hay nada que decir.