El historiador Guillermo Bustos considera 1908 como el inicio de la historia moderna de Quito, por la implementación del servicio eléctrico y por la regularización del servicio del tren. Ese año se inauguró la planta eléctrica de Guápulo, que amplió el alumbrado público a 200 kilovatios de capacidad. Los avances tecnológicos permitieron que la capital, considerada hasta entonces ‘un nido de águilas’, lograra un crecimiento económico que solo habÃa conocido el puerto de Guayaquil.
A partir de ese momento, en la urbe y su zona de influencia se consolidaron varias industrias, que fortalecieron a la clase media, formada por propietarios de medianos negocios, artesanos y profesionales. La modernización, extendida a las zonas rurales de la sierra norte, acrecentó el movimiento de negocios y la circulación de dinero, principalmente en las ciudades servidas por el eje ferroviario Guayaquil-Quito, lo que redundado también en el ámbito cultural, dado que las prestaciones modernas se integraron unas con otras.
Por ejemplo, la estabilidad del servicio eléctrico permitió a diario El Comercio cambiar el volante manual de su prensa, que hasta entonces habÃa dependido de la fuerza de un operario que le daba manivela, por un motor que multiplicó su tiraje por cinco, con lo cual pasó de 400 a 2 000 ejemplares diarios. Ese mayor número de periódicos se distribuyó en toda la sierra norte, gracias a una estrategia inicial de repartición gratuita en el tren, lo que aumentó su número de lectores y su cobertura geográfica.
Si bien el desarrollo de la ciudad ha sido siempre desigual, la electricidad ha promovido tanto el crecimiento económico como un mayor acceso a la cultura, pues la comunicación humana no se reduce a la simple expresión de ideas, sino que depende de la existencia material de los objetos y la tecnologÃa que la hacen posible –como señala Raymond Williams– por lo que medir su limitación solo en términos económicos, es quedarse cortos en el análisis.