La política exterior de EE.UU. no ha dejado de ser foco de atención, por su condición de potencia y su influencia mundial.
Pero en el corto tiempo de gobierno del atípico presidente Donald Trump, hay que reconocer que la novedad, la sorpresa y hasta el estupor rodean sus decisiones y sus discursos.
Más allá del tema del muro para separar a México y evitar la entrada de extranjeros sin papeles, el pulso con Rusia y las investigaciones de altos cargos en relación con esa potencia y las desavenencias con Alemania, ahora surge otro cortocircuito: Cuba.
El presidente Trump pronunció en Florida palabras que son música para los oídos de los cubanos que viven su exilio en Estados Unidos.
La idea contradice una política abierta que puso en vigor -y no sin esfuerzo- el anterior presidente, Barack Obama. Desde la revolución cubana de 1959 las relaciones entre la potencia y la isla caribeña siempre fueron tensas y hubo momentos extremos.
Obama se decidió a cambiar la historia y llegó a trascendentes acuerdos; se reabrieron embajadas en ambos países.
Trump critica que Cuba no sea democrática. Es su punto de vista y el de muchos estadounidenses, pero volver a tensar la cuerda no es la mejor idea, sobre todo para los cubanos de a pie que sufren la falta de libertades y la asfixia económica. Tal vez Trump debe buscar otro camino para pedir que haya elecciones libres sin afectar al empobrecido pueblo cubano.