La innovación no entiende ni de leyes ni de normas, simplemente surge de manera espontánea. Así ocurrió con Internet en los años noventa, con los smartphones hace una década, pasa hoy con los vehículos autónomos y sucederá con más y más desarrollos que los seres humanos usaremos mañana o en un año.
La innovación es como la naturaleza: surge y crece sin necesidad de permisos. Si el producto o servicio funciona, se volverá masivo. Pero si tiene errores sus creadores corregirán lo que sea necesario y lo intentarán nuevamente.
El pasado martes Google acaba de demostrar lo dicho. El gigante tecnológico presentó una herramienta para buscar trabajo. Sí, parece de ciencia ficción, pero es una realidad. Ahora el buscador –nacido hace 20 años en Stanford- se convierte en un nuevo canal para las personas que buscan empleo o desean cambiar el actual.
El ejemplo mencionado se enfoca en el mundo de la tecnología, pero la innovación se siente, cada día con más frecuencia, en distintos campos: alimentos, salud, entretenimiento, movilidad, finanzas, deportes y un largo etcétera.
La semana pasada se presentó el índice mundial de innovación, que evalúa parámetros como solicitudes de patentes, el gasto en educación, el capital humano, la infraestructura, entre otros. En ese listado Ecuador continúa rezagado y se ubica en el puesto 92 entre 127 países. Es triste , pero es verdad.
¿Qué hacer para mejorar esa ubicación? Pues permitir que emprendedores e investigadores hagan lo que saben; acompañarlos, en lugar de frenar sus iniciativas con controles y regulaciones que pueden resultar absurdas en ciertos casos.
Dejemos de pensar que la innovación surge bajo una normativa. Abramos los ojos y la mente para que nuevos productos y servicios vean la luz.
Dejemos que las invenciones, como la agricultura digital o la inteligencia artificial, nos lleven a un mejor lugar para vivir y compartir.