Carla Pérez se enamoró de las montañas de la mano de su papá

Santiago y Carla Pérez en el rocódromo de La Vicentina, comparten su pasión por la actividad física. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO.

Santiago y Carla Pérez en el rocódromo de La Vicentina, comparten su pasión por la actividad física. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO.

Santiago y Carla Pérez en el rocódromo de La Vicentina, comparten su pasión por la actividad física. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO.

‘Mi padre me enseñó a ser libre y vivir sin miedos ni limitaciones. Él es mi mejor amigo, a quien le confío todo”, declara Carla Pérez, la primera latinoamericana en llegar a la cima del Everest, la montaña más alta del mundo.

Hablar de su padre, Santiago, la llena de emociones, orgullo y sonrisas. “Siempre me dio confianza y libertad para hacer las cosas que quería. Nunca me puso limitaciones. Esa libertad generó en mí mucha responsabilidad para no defraudarlo nunca”.

La libertad de la que más énfasis habla Carla es la social. Su padre jamás le impidió salir a una expedición por su condición de mujer. La hizo sentir segura de su capacidad física para lograr las cumbres que se propusiera. Fue de la mano de su padre que encontró su pasión por escalar. “Tenía 4 años cuando fuimos a los pajonales del Pasochoa. Años después, me pidió regresar a esa montaña que le había impresionado, desde entones no ha parado”, dijo Santiago, de 62 años, quien es instructor de parapente.

Carla imaginó entonces un mundo mágico, de convivencia con la naturaleza. Fue ese primer contacto que la marcó para seguir en esta actividad.

Después de cumplir 14 años, comenzó su preparación como deportista. Escaló todas las montañas de Ecuador y luego las de Sudamérica. En todo ese proceso, su padre nunca dejó de apoyarla, “por su perseverancia”.

Pero también destacó su responsabilidad. Cuando iba a la montaña, llevaba sus cuadernos para, en los momentos de descanso, hacer sus tareas. “Nunca dejó de cumplir con sus obligaciones escolares”, detalló Santiago.

En mayo del 2016, Carla logró su hazaña de coronar el Everest, en el segundo intento. Lo hizo sin la asistencia de oxígeno artificial.

“En todas las montañas a donde he ido, siento una presencia superfuerte de mi papi, más aún en el Everest, le pensé muchísimo, le abracé en mi corazón, y el haber escuchado sus mensajes de voz mientras ascendía hizo que una energía extra pudiera emerger en momentos de debilidad, cuando físicamente pensaba que no podía”. En su reproductor de música llevó grabados varios mensajes de su familia, para escucharlos mientras ascendía. Recuerda de memoria las frases que pronunció su padre: “lo importante es que regreses, la verdadera cumbre está en la casa. Sea como sea, regresa”.

En cambio, Santiago dice que esa noche, cuando Carla iba rumbo a la cima, la familia no durmió. Ellos estuvieron en vela, a la espera de tener una comunicación. “En Internet mirábamos páginas internacionales en busca de alguna noticia. En una de ellas se publicó que Carlita llegó a la cumbre, nos sentimos felices. Luego aguardábamos que nos llamara por teléfono y nos dijera cómo estaba. Cuando la escuchamos, nos sentimos felices”.

Carla añade: “Desde todas las montañas, llegue o no a cumbre, al primero que llamo es a mi papi. Esa madrugada estaba cansada, pero tenía un poquito de fuerza para celebrar ese triunfo con las personas que estuvieron conmigo en todo el proceso de preparación y sobre todo cuando en el 2013 no pude llegar a la cima del Everest”.

Santiago y Carla tienen una relación llena de detalles y muchos sentimientos. Mientras se entrenaban en el rocódromo de La Vicentina, era la hija quien se preocupaba de que el padre portara el cinturón con arnés. Cuidaba que pisara en los lugares adecuados para un ascenso sin dificultades.

“Dale papito, no te preocupes, es fácil”, le decía. El padre subía con una sonrisa, por compartir momentos y vivirlos al extremo, con su hija.

“En este Día el Padre solo quiero decirle que le amo mucho, que le agradezco por todo lo que me ha dado, siempre será la raíz más fuerte que sostiene el árbol de mi vida. Decirle que sigo volando tan alto como él me enseñó”, dijo Carla antes de darle un abrazo.

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