La propiedad vista desde la ribera occidental del río San Pedro (eje sur-norte). El talud de jardines y césped se complementa con los grandes ventanales de los inmuebles. Foto: Pavel Calahorrano/ EL COMERCIO.
Las casas, al igual que los seres humanos que las habitan, tienen memoria. Esta pervive entre las paredes y el mobiliario. Y en los techos, las alcobas, las salas donde se realizaban las tertulias familiares o en el horno de barro donde se cocía el pan del hogar.
Algunas casonas estiran su vida útil cambiando su función original, pero muchas otras fallecen de alzhéimer en el más oprobioso anonimato.
La ‘Casa de la Soledad’ pertenece al privilegiado primer grupo. Y, aunque no tiene más que un centenar de años, es un símbolo de la identidad sociocultural de uno de los cantones más chiquitos del Ecuador: Rumiñahui.
Esta ascendencia patrimonial de la casona de 1 000 m² (incluidos patios y jardines) ubicada en las calles Dávila y Portoviejo, en San Rafael, tiene dos vértices: la construcción de tipo ancestral de la edificación original; y la buena suerte de haber pertenecido a uno de los pintores más grandes que ha tenido el país: el lojano Eduardo Kingman.
El horno tradicional de la panadería que funcionaba en el inmueble se mantiene, aunque rehabilitado. Foto: Pavel Calahorrano/ EL COMERCIO.
En esa vivienda, que en sus inicios fue una panadería más un precario dormitorio, realizó el creador del Indigenismo en el Ecuador lo más sustancial de su obra, explica Walter Carrillo, administrador del Museo y Centro Cultural Casa Kingman, entidad del Municipio de Rumiñahui al cual los familiares del maestro la dieron en comodato por 50 años.
El pintor adquirió la panadería en 1969, explica la Arquitecta Ana Lucía González, quien es la encargada de realizar los estudios de rehabilitación de las partes que faltan.
El inmueble original era de mamposterías de tapial, cubiertas de teja, pisos de gres cuencano, carpintería de madera, patios de cantos rodados y basílica. Y poseía un horno de barro para su función de panadería. Todo eso se ha mantenido, explica González.
No obstante, el ‘Pintor de las manos’ fue adicionando otras construcciones -en otros estilos- según sus necesidades. Y la casa adquirió un tono ecléctico que, sin embargo, no atenta contra el estilo primigenio.
Levantó así su nuevo estudio y otras habitaciones residenciales, cuya determinante de diseño fue admirar el majestuoso paisaje que se abre al lado occidental: con un pequeño encañonado del río San Pedro y la eximia iglesia de ladrillo visto del Señor de los Puentes, ubicada en Capelo.
El primer taller es ahora una sala de exhibición de las pinturas y los muebles diseñado por el gran pintor. Foto: Pavel Calahorrano/ EL COMERCIO.
Estas incorporaciones son las que conforman la propuesta de rehabilitación a cargo de la arquitecta González.
“Entre estas hay que considerar que algunos bloques se levantaron en el gran talud occidental que tiene el predio y que demandan de un estudio minucioso para saber que sistemas constructivos deben usarse con seguridad”.
Mientras tanto, la propiedad no ha quedado inservible y se ha convertido en centro cultural y museo de sitio, donde se exhibe gran parte de las obras del maestro, que no son solo pinturas sino también muchos accesorios y muebles que adornan el lugar.
Desde julio, explica Carrillo, el museo atenderá al público de miércoles a domingo, de 08:00 a 16:30. ¿Los precios? USD 2, adultos; 1, adultos mayores, niños y personas con discapacidades; 0,50, estudiantes con carné, y 3 los visitantes extranjeros.