Un funcionario público, sea cual fuere su origen: elección popular, nominación directa, concurso público, etc., debe tener claro que su lealtad es con el pueblo.
Una función pública conlleva una responsabilidad con el pueblo y no con quien los auspició ni con quien los nombró. Vivimos durante algún tiempo el imperio de funcionarios que creyeron que su lealtad era con quien les facilitó la consecución del puesto. Esta confusión llevó al país a la dependencia de la voluntad de una sola persona.
La verdadera soberanía de un país, radica en la idoneidad de sus funcionarios, en la entereza y en la independencia de criterios de los mismos. Yo considero que es importante tener ciertas coincidencias entre funcionarios, pero tener uniformidad de criterios, deja en duda su capacidad de análisis.
Es peor cuando esa uniformidad es impuesta, o es interesada. Como dijo Freud hace mucho tiempo: “cuando dos o más personas piensan exactamente igual, solamente hay una que piensa”.